Soy Liliana. Una mujer hecha de carne mezclada con sangre, dolor, esperanza y amor. Una mujer que decidió seguir dando la batalla y empezar cuantas veces sea necesario, nuevos caminos.
Por muchos años fui víctima y ya no quiero serlo. Quiero ser la heroína de alguien, de mujeres que como yo han estado en el proceso de sobrevivir a un cáncer de ovario. El 8 de mayo es el Día Mundial de la Sobreviviente de Cáncer de Ovario y si bien es cierto que es vital la detección y el tratamiento, muchas veces, nos olvidamos de “el después de”.
El propósito principal de compartir mi historia con otras personas es coadyuvar a una “normalización” del cáncer, a una reintegración a la vida cuando se es sobreviviente. Que sea un tema del que se pueda hablar con mayor facilidad. Que se puedan aceptar, enseñar y valorar las cicatrices físicas y emocionales, las cuales, constituyen un tabú más grande que el mismo cáncer. Los tabúes más grandes y de los que poco se habla, son la “castración femenina” (extirpación de ovarios, útero), las pocas posibilidades de tener hijos y por lo tanto, de “ser una mujer incompleta”.
En mi caso, como en tantos otros, tuve que batallar emocionalmente por años para volver a reintegrarme a una vida “normal”, de romper los tabúes y sobre todo para sentirme una mujer completa.
A los 21 años con una vida llena de sueños y proyectos, me detectaron cáncer de ovario. Jamás tuve síntomas. Era normal tener la menstruación dos meses seguidos y dejar pasar un año sin que volviera a llegar. Decían los médicos que era normal porque hacia hasta cinco horas de danza diario. Pero no era normal. Mi cuerpo ya mandaba señales y no fueron detectadas a tiempo.
Un día la intuición de mi madre, la hizo llevarme al médico, a fuerzas. De inmediato empezaron los ultrasonidos y todo tipo de estudios. En un mes estaba en el quirófano, lista para la cirugía. ¡Tenía un tumor de 8 kilos!
Días después llegó la noticia que me partió la vida: tenía cáncer de ovario. Ya me habían quitado uno y solo lograron salvar la cuña del otro. Empezaron las quimioterapias, de las cuales yo solo salía para dormir casi dos semanas. Era no vivir esos días para poder vivir muchos más.
MI círculo más cercano, mi familia, mis amigos, me sobreprotegieron y tuve la necesidad de huir para no ser un cuasi vegetal. Su amor y cuidados fueron fundamentales en mi recuperación y siempre estaré agradecida con ellos, pero necesitaba huir y me fui a estudiar fuera de casa. Me fui un mes después de recibir mi ultima quimioterapia, me hacían estudios cada mes, estaba al punto del desmayo muchos días. Algo muy cansado. Llegaba a clases una o dos semanas después de que empezaba el semestre.
Pasaron los años, seguían los estudios mensuales de rutina. Me dieron de “alta” y los estudios eran anuales. Acudí con un psicólogo, de mucho renombre en mi ciudad. Fue la primera y la última consulta. Dijo que yo era una persona en extremo fuerte y resiliente. Nunca supe porque esa conclusión.
Seguí haciendo mi vida de manera “normal”, sentía el vacío y la inconformidad, pero no sabía cómo manifestarlos. Seguía huyendo y posponiendo todo. Me daba miedo anclarme en cualquier proyecto, en cualquier relación. No me sentía una mujer entera. Me comía el miedo de regresar a un proceso igual de doloroso. Tenía miedo de enfrentar todo. Hasta que sentí que la vida me superó.
Pero de pronto la amenaza de una lesión precursora de cáncer hizo que buscara ayuda. Empecé a descubrir muchas cosas, a reconocerme. A atreverme a hacer cosas que jamás pensé haría y empecé a despertar de ese letargo.
Entré al quirófano nuevamente, con mucho miedo pero con la plena conciencia de la decisión que había tomado: la extirpación del útero. Fue un transitar un poco complicado pero lleno de amor por parte de mi familia y amigos.
Un día empece con el psicoanálisis y reafirmé que mi gran cicatriz es un triunfo, es vida y es hermosa. ¡Soy una mujer completa, entera! Empecé entonces una búsqueda más intensa de quien era yo. Pensé que iba a ser más fácil, pero no. Fue quebrarme totalmente, llorar por el tiempo perdido, por los sueños dejados en el olvido. Pero me dejó una lección que me repito día con día: estas viva y puedes hacer lo que quieras, lo que vale es lo que eres ahora y lo que harás con ello.
Y aquí estoy, aprendiendo que el dolor deja sus marcas, pero, ¡tengo el poder de transformarlas! La auténtica belleza está por encima de las cicatrices o de lo que la sociedad considera imperfecciones. El no tener ovarios y útero, no significa estar incompleta.
¡Sigo siendo una mujer completa! No tengo un ovario y la mitad del otro, ni el útero pero tengo una vida, una vida para vivir, para crear, para soñar, para disfrutar, para amar, para ayudar a más personas en la conciencia y visibilidad de la enfermedad, así como en el empoderamiento de cada una de ellas y por lo tanto, en el propio. Sigo dando pasos de aprendiz en esta vida y eso me hace muy feliz, y quiero que más mujeres encuentren el camino como yo lo encuentro, todos los días.
Si tu eres o conoces a alguna mujer que este transitando un camino similar al mio, pueden contactarme y con todo gusto conversamos. Lo hago desde hace mucho tiempo y es enriquecedor y motivacional para ambas partes. Recuerden que lo que se pone en palabras, hace un transitar mas bello.
Y como diría el señor Benedetti de Beltrán: ¡NO TE RINDAS! y el señor Cerati de Beltrán, ¡GRACIAS TOTALES!
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